Ayer me acordé de Matrix (cuando se cumplen veinte años de su estreno: ¿cómo es posible?) al ver a Benzema contra el Éibar. Me acordé de Karim como Neo. Todo un periplo, una película, ¡una carrera entera!, dudando de sus capacidades. Siendo derrotado (y nunca vencido) hasta el día de ayer: esa misma imagen en la que el Bernabéu se abomba como ese pasillo de Matrix y Benzema y todos nosotros descubrimos que es El Elegido al ver como detiene las balas en el aire y mueve las piernas y la cabeza como si lo tuviera todo grabado en una tarjeta cargada en el occipucio.
Que un deportista consiga deslumbrar de este modo pasados los treinta es algo que tiene difícil comprensión. Sobre todo, para los profanos y los ateos y todos aquellos que tanto renegaron, y siguen renegando, de él. Pero claro, que detenga las balas y las mire y las tire y luche sin descanso como si hubiera estado toda la vida haciendo acopio de jugadas y de remates y de movimientos y ahora esté vertiéndolo todo no es que sea de difícil comprensión (“difífil”, dice de manera encantadora mi hija Candela), sino que debe de estar produciendo hasta suicidios: es el crack del 19.
Este año que el Madrid se desmorona (yo creo que ha parado ya: el momento idóneo para poner los andamios y empezar la reconstrucción), Benzema ha sido su héroe, su Neo, su Supermán. Yo esta temporada lo he visto muchas veces desnudo, en medio del hoyo, sosteniendo el camión con una mano mientras le sonríe a Glenn Ford. Es Supermán porque, como al de Krypton, sólo se le ve en la necesidad, en el peligro. Yo ayer estaba como los ciudadanos de Metrópolis al ver de repente pasar volando al extraterrestre. Yo señalaba su carrera y decía como un niño: “¡Mira, es Benzema!”, que acudía a salvar al Madrid con sus superpoderes.
Es esta una historia vieja. La de Supermán. El joven que vive ocultando sus poderes con un perfil bajo, tímido y torpe, mientras los que no miran, los que sólo ven, no ven nada más que un nueve que no marca los goles que a ellos les gustaría que marcara, o que no hace lo que a ellos les gustaría que hiciera. No sé qué harían si supieran que es capaz de retrasar la rotación de la Tierra. En realidad, lo están viendo y no lo creen, claro. Están viendo a un futbolista volar y frenar la caída libre del ascensor de la torre Eiffel en dónde va subido todo el Real Madrid además de Lois Lane.
Cuando acabe la temporada lo verán lanzarlo para que explote fuera de la atmósfera (con el Madrid y Lois ya a salvo) y seguirán sin creerlo. Es posible que el próximo año vengan a Madrid Batman y Spiderman, tal vez el Capitán América, y entonces puede que Benzema se ponga otra vez sus gafas de Clark Kent y vuelva a su trabajo de siempre.
En este mundo nuestro es un jugador inolvidable. Un futbolista único. Un mito. Para mí uno de los cinco mejores jugadores de la historia del Real Madrid si es que él pudiera resistir pertenecer a una estadística. Porque Benzema está fuera de toda lista, por eso tantos no lo comprenden. Porque no pueden desmontarlo por piezas y volverlo a armar. Lo han intentado, pero no han podido porque es imposible. Es como tratar de desmontar a Faulkner, donde uno puede sumirse en la desesperación.
Lo que está haciendo Benzema durante esta temporada es una gesta lírica. Es un aria inmortal que permanecerá entre los clásicos más sutiles y más hermosos y olvidados. La gesta de un futbolista/ artista revelado, desprendido de todo cuidado y ambición personal por amor a un club. Es la generosidad del virtuoso, quizá uno como jamás se haya conocido. Uno que llegó hace una década a Chamartín casi de incógnito para salvar al mundo en su peor momento. Para salvar al Madrid.
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