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Channel: Mario De Las Heras - La Galerna
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Mira, es Benzema

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Ayer me acordé de Matrix (cuando se cumplen veinte años de su estreno: ¿cómo es posible?) al ver a Benzema contra el Éibar. Me acordé de Karim como Neo. Todo un periplo, una película, ¡una carrera entera!, dudando de sus capacidades. Siendo derrotado (y nunca vencido) hasta el día de ayer: esa misma imagen en la que el Bernabéu se abomba como ese pasillo de Matrix y Benzema y todos nosotros descubrimos que es El Elegido al ver como detiene las balas en el aire y mueve las piernas y la cabeza como si lo tuviera todo grabado en una tarjeta cargada en el occipucio.

Que un deportista consiga deslumbrar de este modo pasados los treinta es algo que tiene difícil comprensión. Sobre todo, para los profanos y los ateos y todos aquellos que tanto renegaron, y siguen renegando, de él. Pero claro, que detenga las balas y las mire y las tire y luche sin descanso como si hubiera estado toda la vida haciendo acopio de jugadas y de remates y de movimientos y ahora esté vertiéndolo todo no es que sea de difícil comprensión (“difífil”, dice de manera encantadora mi hija Candela), sino que debe de estar produciendo hasta suicidios: es el crack del 19.

Este año que el Madrid se desmorona (yo creo que ha parado ya: el momento idóneo para poner los andamios y empezar la reconstrucción), Benzema ha sido su héroe, su Neo, su Supermán. Yo esta temporada lo he visto muchas veces desnudo, en medio del hoyo, sosteniendo el camión con una mano mientras le sonríe a Glenn Ford. Es Supermán porque, como al de Krypton, sólo se le ve en la necesidad, en el peligro. Yo ayer estaba como los ciudadanos de Metrópolis al ver de repente pasar volando al extraterrestre. Yo señalaba su carrera y decía como un niño: “¡Mira, es Benzema!”, que acudía a salvar al Madrid con sus superpoderes.

Es esta una historia vieja. La de Supermán. El joven que vive ocultando sus poderes con un perfil bajo, tímido y torpe, mientras los que no miran, los que sólo ven, no ven nada más que un nueve que no marca los goles que a ellos les gustaría que marcara, o que no hace lo que a ellos les gustaría que hiciera. No sé qué harían si supieran que es capaz de retrasar la rotación de la Tierra. En realidad, lo están viendo y no lo creen, claro. Están viendo a un futbolista volar y frenar la caída libre del ascensor de la torre Eiffel en dónde va subido todo el Real Madrid además de Lois Lane.

Cuando acabe la temporada lo verán lanzarlo para que explote fuera de la atmósfera (con el Madrid y Lois ya a salvo) y seguirán sin creerlo. Es posible que el próximo año vengan a Madrid Batman y Spiderman, tal vez el Capitán América, y entonces puede que Benzema se ponga otra vez sus gafas de Clark Kent y vuelva a su trabajo de siempre.

En este mundo nuestro es un jugador inolvidable. Un futbolista único. Un mito. Para mí uno de los cinco mejores jugadores de la historia del Real Madrid si es que él pudiera resistir pertenecer a una estadística. Porque Benzema está fuera de toda lista, por eso tantos no lo comprenden. Porque no pueden desmontarlo por piezas y volverlo a armar. Lo han intentado, pero no han podido porque es imposible. Es como tratar de desmontar a Faulkner, donde uno puede sumirse en la desesperación.

Lo que está haciendo Benzema durante esta temporada es una gesta lírica. Es un aria inmortal que permanecerá entre los clásicos más sutiles y más hermosos y olvidados. La gesta de un futbolista/ artista revelado, desprendido de todo cuidado y ambición personal por amor a un club. Es la generosidad del virtuoso, quizá uno como jamás se haya conocido. Uno que llegó hace una década a Chamartín casi de incógnito para salvar al mundo en su peor momento. Para salvar al Madrid.

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Sacar el escenario

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Hablar del fichaje del Madrid es como hablar de la gran novela americana. Hubo un tiempo en que el Madrid la presentaba cada año: El gran Gatsby, Moby Dick, Las aventuras de Huckleberry Finn, El arco iris de la gravedad...

Esa fue una tendencia que fue difuminándose después poco a poco. Algunas de esas novelas resultaron no ser tan buenas, y otras, como El gran Gatsby, dejaron de ser americanas. Algunos, muchos, se empeñaron en que existía La broma infinita, y empezaron a marcar a aquella y a la otra con La letra escarlata.

La letra escarlata es una obra que gusta mucho en el madridismo. La broma infinita también. Es un tocho de mil y muchas palabras en la que caben futbolistas a tutiplén contemplados por millones de narradores omniscientes. El Madrid ha pasado buenos años, casi los mejores, disfrutando de sus clásicos. Pero ahora ya es casi como si sólo le quedara A este lado del paraíso.

Durante ese tiempo, a nadie le interesó la próxima gran novela americana porque teníamos guardianes entre el centeno para un lustro. El lustro pasó como las viejas grandes novelas y ha regresado la fiebre por encontrar otras nuevas, aquella o aquellas que han de marcar los años venideros.

Todo el mundo quiere volver a presentar Trópico de Cáncer, pero París se resiste. Quizá sea como decía Eduardo Lago de Franzen, que quería volver a Tolstoi, y Tolstoi ya pasó. Aunque hay un joven autor interesante sin novela aún, un Dos Passos que podría hacer un Manhattan Transfer porque ya va por ahí escribiendo unos cuentos prodigiosos con tan sólo diecinueve años.

Parece que el tiempo en que el Madrid presentaba sus hitos ha pasado. O al menos se ha hecho más difícil presentarlos, incluso como si renunciara a hacerlo. Es como si algo se hubiera acabado. Como si algo profundo tocara a su fin y al mismo tiempo se luchase con afán para comenzar de nuevo en otro lugar.

Estamos otra vez, después de mucho tiempo, quizá demasiado, en la emocionante búsqueda de la gran novela americana. Un ambiente nuevo y viejo. La emocionante espera por el gran o los grandes fichajes del Madrid que son una incógnita, no por la identidad de los autores sino por la existencia actual del fichaje como símbolo vivo del Real Madrid.

Ya no hay Figos, ni Ronaldos, ni Beckhams, ni Kakás, ni Benzemás, esa idea, esos novelones. Las cláusulas orientales actúan como candados en las puertas de las bibliotecas. Es como si no hubiese alegría. Como si el escenario aquel sobre el que se presentó a Cristiano estuviese llenándose de polvo en algún trastero del Bernabéu.

Estaría bien recuperar esa alegría. El equipo mismo lo está pidiendo. Es un equipo que juega y con su juego pide desde el campo que vuelva el espectáculo de la ilusión y de la renovación. Sacar el escenario y presentar sobre él otra vez grandes novelas americanas. Presentar En el camino. Y el año que viene Matar un ruiseñor. Y Santuario. Y luego A sangre fría y El bosque de la noche como si fuera El sueño eterno. El sueño del Madrid que nunca se acabe.

 

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Herrerín

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Yo no he conocido a Herrerín porque mi madridismo siempre ha sido lejano. Un madridismo en órbita, de mucho sentimiento y poco tacto. Es ese madridismo cuya distancia del objeto le hace guardar la ascendencia a través de los años. Yo me canso de los madridistas que parece que corretean a diario como niños por todas las estancias del Bernabéu y luego se jactan de ello sin ningún respeto. Pero no he venido hoy aquí a escribir de esto. Sí a escribir de la distancia de mi madridismo, que era la misma distancia de Herrerín. Ese señor al que he visto ahí en el campo, siempre a lo lejos, todo este tiempo ya pasado.

Herrerín fue quien se trajo la portería desde la antigua ciudad deportiva hasta el Bernabéu el día que la mala gente destrozó la que había en el Fondo Sur. Era la semifinal de la Copa de Europa de 1998, y esa portería se la trajo él a puro huevo y la metió dentro del estadio y la colocó en su sitio sólo una hora más tarde del desaguisado. Luego de esto llegaría la Séptima, con su sello personal. A Herrerín lo hemos visto con su abrigo azul y su pelo blanco y su tez dorada dignificar al Madrid con su presencia familiar. Una sensación de bonita pertenencia al pasado, como a la que se refería el dependiente de Tiffany’s, en Breakfast at Tiffany’s, cuando George Peppard le pide que le grabe el anillo que le ha tocado en una caja de sorpresas.

Herrerín era el abuelo envidiable del Madrid al que yo siempre he mirado con singular orgullo. Decía el infortunado Pep que, en su etapa de entrenador en Barcelona, todo estaba bien si Messi estaba bien. En el Madrid todo estaba bien cuando aparecía de repente Herrerín y Sergio Ramos le daba un beso en la cabeza. Y me acuerdo de los abrazos que le daba Cristiano. Ahora ya no hay nadie que reciba ese cariño y es una pérdida irreparable. Esos besos y esos abrazos hay que recuperarlos para poder volver a ganar, pero ya no serán para Herrerín, a quien digo (decimos) adiós desde la más contigua distancia.

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Bale detrás de una pelota

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Hay veces que tengo que escribir un artículo para La Galerna y se me juntan dos temas. Es doloroso decidirse por uno y dejar al otro marchar como quien abandona un barco que se hunde. No sé si me será posible cargar con los dos en este frágil esquife (me encanta decir “frágil esquife” desde que lo leí en Astérix), pero voy a intentarlo: Benzema está haciendo una gran temporada que sin embargo no le libra de las adversativas entre el madridismo. Algunos ni siquiera las utilizan, las adversativas, y afirman sencillamente que sus goles no sirven de nada. Goles que no sirven, intangibles que no sirven, jugador que no sirve.

Nada sirve en Benzema, ni siquiera las pieles o los colmillos. A mí, como happista reconocido, me cansan estos canteros. Los llamo canteros porque reconozco que alguna influencia tienen en la posterior creación de la escultura del Madrid. El problema es que son muchos y al final acaban dañando la materia prima. Bastaría con que uno se afanase para que se diera por oída la apreciación y así no habría acumulación de picadores en ese filón delicado. No vale, o no debería valer, cualquiera para ese trabajo artesanal que se ha vuelto industrial.

Tanto lo están intentando modelar que uno ya ha perdido la esperanza de que un día haya un atisbo de unanimidad en el reconocimiento. Da lo mismo, cada uno es libre, no faltaría más, porque a Benzema, por cierto, nada parece afectarle. Es saña perdida. Energía malgastada. Benzema es una isla. No sé por qué me imagino que dentro de esa isla se oye todo el tiempo un bajo de jazz. Ese tuntuntun todo el rato. Bajo el sonido de esas cuerdas, él piensa lo que va a hacer con el balón. Y la gente grita y silba a su alrededor y él sólo oye el rasgar del bajo: tuntuntun.

Tiene sentido. Seguro que se lo ha recomendado a Bale. A mí me gustaría pitar a los que pitan a Bale, o a los que pitan a cualquiera. Ellos son libres de hacerlo y yo también. El pitido es libre, pero es feo porque es abusivo y cobarde, ahí emitido desde el anonimato de la masa. Yo lo que quiero es que el galés se quede después de esto. Siempre he querido que siga en el Madrid, y eso que hasta hace dos días entendía que, a lo mejor, dentro de las posibles operaciones contractuales, Bale acabara siendo vendido para buscar otro aire en el equipo. Pero ya no. Los pitos me han hermanado a Gareth como en su día, todavía hoy, me hermanaron a Karim.

Yo deseo que se quede y que siga defraudando a tantos, hasta que un día todos tengan que rendirse a su clase. Como hermano de “Gar” (como ya soy hermano le llamo como me sale de ahí) quiero venganza. Quiero ver todos esos insultos, todos esos pitos pisoteados por los cascos de mi hermano después de correr la banda como si viniera de disputar, y ganar, el Grand National.

Quiero verlo resoplar mientras se asustan ante su imponente figura fatigada, el vaho saliendo de sus orificios nasales, ese halo de carro de fuego tan denostado. Quiero verlo levantando copas sobre los hombros con esa sonrisa mandibular, mientras les dedica el triunfo en perfecto español a sus pitadores: “Os quiero, esta Copa es para vosotros también”.

Yo iba a hablar de la matraca con Benzema y me ha salido Bale de por medio como el niño que siempre dicen que aparece cuando vas conduciendo y un balón atraviesa la calzada. Iba a hablar también (era el otro tema) de ese niño del Barcelona que marca un gol y luego le da un golpe por detrás en la cabeza al portero rival, delante de todo el mundo. Pero ya se me han quitado las ganas de hablar de esa clase de niños. Prefiero imaginármelos irrumpiendo en la carretera con los ojos muy abiertos, como Gareth, detrás de una pelota.

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Pasádsela a Zidane

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A Zidane no le gusta Ceballos, y tampoco parece gustarle Llorente. Sí, en cambio, le gustan Keylor y Lucas. Hay una especie de cisma aficionado por estos cuatro jugadores y por razones contrarias. Y también hay otros cismas menores. El de Reguilón, por ejemplo.

A mí me gusta que a Zidane le guste Brahim. Lo de Ceballos parece una relación imposible. Yo en esto hago lo mismo que el entrenador Smiley con el príncipe de Bel Air: decir a todos que le pasen la pelota a Zidane y olvidarme de ciertas cuestiones.

Yo sé que Llorente parece un mediocentro redondista, y que Ceballos es un Curro con el madridismo dentro, pero no quiero caer en la melancolía. Es más sencillo pasarle la pelota a Zidane sin que esto signifique una dejación de funciones aficionadas.

En realidad, yo pienso que el aficionado no tiene funciones más allá de las de mirar, comentar y animar. Para quejarse ya están los aficionados rivales. Pero el Madrid, que es tan grande, lo tiene todo dentro.

El quid es la incomprensión de las decisiones técnicas, como si las decisiones técnicas se tomaran por consenso. La afición del Madrid es la única afición del mundo que busca mayormente el consenso en lugar de la diversión. Lo busca, a sabiendas de que es imposible encontrarlo, para entretenerse.

 

El quid es la incomprensión de las decisiones técnicas, como si las decisiones técnicas se tomaran por consenso. La afición del Madrid es la única afición del mundo que busca mayormente el consenso en lugar de la diversión

 

Es un entretenimiento exclusivo del madridismo. Yo reconozco que a mí me gusta poco. Yo se lo fío todo a Zidane. Si se lo fié todo a Lopetegui (parece que fue hace veinte años) y a Solari, por mencionar el tiempo más reciente, cómo no se lo voy a fiar todo a Zidane.

Y se lo fiaré a quien venga después. Pasádsela siempre al entrenador del Madrid y como decía Shakespeare en ese cuento tan bello como el Madrid: “No sufráis, niñas, no sufráis...”. Yo lo que no quiero es sufrir. Ya lo hago con los partidos como para sufrir por lo demás.

Llorente tiene cosas antiguas como si fueran andares toreros de otras épocas. Y Ceballos es un Enrique Morente del fútbol, tiene que tener la fusión ahí dentro. Pero a Zidane no le gustan, y eso es como vivir en casa del padre: hay que aceptar sus decisiones y si no callarse o marcharse.

Ese aficionado que despotrica es como el hijo que trae de cabeza a la familia. Yo le diría: “si Zidane, tu padre, hace eso, es porque cree que es lo mejor, hombre, ¿o te crees que pone a Keylor y a Lucas para molestarte a ti?”

Por eso me gusta que le guste Brahim, porque también me ha gustado a mí. Y parece que le gustó antes que a todos sus hijos. Se habla de Pogba. ¡Ay!, no sé. Pero sí Zidane lo quiere en casa pues habrá que convivir porque yo no me quiero independizar.

Y si es difícil pues lo sobrellevaré. En todo caso le meteré alguna puyita y poco más, porque por encima de todo será de la familia. Yo voy a vivir en el Madrid siempre, como para perder los años lamentándome porque papá no quiere a Llorente ni a Ceballos, una lástima, pero así es la vida. No es fácil. Y si no lo creen, recuerden el día que el abuelo, de repente, echó a Redondo.

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Iker Casillas: el príncipe azul

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Estaba pensando en cómo cambian las percepciones cuando se conoce, al menos, alguna realidad. En el caso de los futboleros o de los simplemente madridistas, como es mi caso, tan sólo vemos ahí, en el campo, a unos profesionales mostrando su talento y sus actitudes en el juego.

Si acaso en las entrevistas atisbamos una parte personal de cada uno, la misma que modela a su antojo la prensa en función de su interés, la mayoría de las veces sin el beneplácito, o con la indiferencia o la resignación, de los protagonistas.

La primera vez que yo vi a Casillas en la portería del Madrid, pensé que había alguien ahí. Y no tanto por su desempeño sino por su mirada. Tenía dieciocho años y parecía que llevaba los dieciocho bajo esos palos. Yo creo que eso lo vimos casi todos.

Era un joven extraordinario. Tenía el cartel de leyenda en ciernes y no nos equivocamos. Su pulido periodístico, en cambio, luego se demostró que era más o menos un engaño. Era como el de Toro Moreno de Budd Schulberg pero en boxeador bueno. Bueno de verdad.

No es porque el verdadero Íker Casillas (no tengo el gusto) fuera peor que el Íker Casillas que nos vendieron durante tantos años, sino porque era distinto. Y no lo merecía. Una figura del deporte como él no necesitaba relatos apócrifos. Los relatos los estaba escribiendo él solo.

"IKER CASILLAS TENÍA EL CARTEL DE LEYENDA

EN CIERNES Y NO NOS EQUIVOCAMOS"

A Íker Casillas le construyeron un perfil de yerno ideal y luego lo convirtieron en una especie de Pantoja, con todos mis respetos, vapuleada por los malos. Los que tanto lo ensalzaron nunca lo respetaron.

Yo no sé quién es Ïker Casillas aparte del mejor portero que yo he visto y celebrado. Mi decepción (y la de muchos) en realidad no fue con él sino con su personaje. Con quien estábamos enfadados era con los inventores del fraude de Toro Moreno. Toro Moreno era un buen hombre igual que Íker Casillas es un buen portero.

Eso tenía que haber sido siempre y no, además, un yerno perfecto. Un referente moral, estético, profesional. Un intocable. No un hombre perfecto porque Íker Casillas no lo es. Y quién lo es. Íker Casillas es Íker Casillas y eso lo sabrá quién lo tiene que saber.

El caso es que he visto a Íker Casillas en el hospital, y, aparte de entrarme la congoja, se me han aclarado algunas ideas como si de repente pudiera separar la paja de lo importante. La paja de los relatos mentirosos.

Como el cuento del príncipe azul, igual que si aquellos que lo escribieron, o como si aquellos que lo apartaron de su admiración (yo mismo) lo conocieran de algo más allá de ser el mejor guardameta que hayan visto (y al que más han querido [ahora lo sé]) sus ojos.

Íker Casillas ha sufrido un infarto y ahora tengo la sensación de conocerlo un poco más después de haberlo visto levantando el pulgar tumbado en su camilla. No recuerdo haberlo visto nunca sonreír tanto, ni siquiera levantando una orejona, igual que no recuerdo haberme alegrado tanto de verlo tan bien.

 

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Lucas

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Hay una película de los ochenta que se titula Lucas. Tengo recuerdos borrosos, pero a grandes rasgos es una comedia adolescente con tintes de drama. Lucas (Corey Haim) es un superdotado que se enamora de una chica mayor (Kerri Green) que a su vez se enamora de Charlie Sheen. Charlie y la chica son amigos de Lucas. Lo defienden frente a las burlas en el instituto y todo eso. Pero Lucas quiere a la chica y lo pasa mal. Quiere jugar al fútbol y ser alto y fuerte.

Quien le iba a decir al Madrid que iba a tener su propia comedia/drama adolescente. También se llama Lucas. Y tiene todos los ingredientes del género. Lucas quiere ser del equipo (lo es, con todos el merecimiento), pero a los abusones de la afición no les gusta. No paran de burlarse de él. El asunto ha iniciado una deriva casi violenta. Al pobre Lucas lo apalizan en las redes y en los mentideros.

Lucas ha pasado de aquel verano en que paseaba por el campo con la chica, haciendo girar la pelota sobre su dedo en dirección al punto de penalti, a ser insultado con una crueldad inusitada. Esto es algo natural como el rocío de la mañana o el canto de los pájaros: cuando las cosas vienen mal dadas, es corriente buscar (y encontrar) al Jonás del barco que muchos identifican hoy con Lucas Vázquez.

Es un tema muy común, tratado abundantemente en el cine y la Literatura. La caza, Perros de paja, La jauría humana... Es la manifestación animal del descontento propio. Es la búsqueda desesperada de una solución ajena. Es la historia de Jesús. El Evangelio según San Lucas. Podría decirse que es la reacción contraria a la que sufren los adoradores de Messi.

A Messi se le buscan los aciertos (y si no se los encuentran se los inventan), del mismo modo que a Lucas se le buscan los errores. Esta obsesión refleja hace que no se vean los errores en el primer caso, como tampoco los aciertos en el segundo. Es el sentimiento fanático/turba que se alimenta como el fuego. No hay más que echar leña para que no se extinga, o prender donde arda sin control para provocar un incendio.

 

 

Ambos casos están ahora mismo descontrolados. Se adora a Kali-Messi y se despotrica de Lucas, el adolescente enclenque y con gafas de los ochenta. Pero no son ni una cosa ni la otra. Las llamas se extienden avivadas por las almas vacías o en tránsito. Unas necesitan creer y otras destruir. La adoración a Kali-Messi es la necesidad de alargar el sueño aun a costa de mantenerlo artificialmente.

El linchamiento de Lucas es el deseo interior de romper con todo para volver al sueño apenas dejado atrás. Es como empezar a romper las ventanas como si con ello se empujase a reformar todo el edificio, olvidando que Lucas es parte de ese sueño. Es como si sólo lo recordaran los entrenadores que lo ponen a jugar en tiempos de urgencia, cuando siempre salió a jugar en tiempos de urgencia con el beneplácito de todos.

Lo que ocurre es que ahora la urgencia es de mayor duración. Y por ahí Lucas se difumina. Yo diría que Lucas es el analgésico del Madrid, que le hace bien a un dolor de cabeza y poco a una gripe continuada. Hay que usar a Lucas para lo que mejor sirve, y bien que ha servido y puede servir. Cuando eso vuelva a suceder se habrá recuperado el sentido (y algunos la cordura), porque Lucas es un poco el termómetro del Madrid, que actualmente tiene fiebre.

Lucas no cura sino que palía. Actúa como un reconstituyente puntual y efectivo. Al Madrid le hace falta algo más fuerte, pero esto no significa que se deba prescindir de él sino tomarlo cuando se ha de tomar, como se ha hecho siempre. Yo además le agradezco el gran esfuerzo realizado y tan duramente menospreciado en este año malo. Esa porfía desesperada por lograr el amor de la chica que también lo quería, pero de otra manera.

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Homenaje a Bale

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Parece una pauta que las últimas despedidas de futbolistas del Madrid hayan sido y vayan a ser frías, incluso desagradables. Como si se quisiera impedir cualquier oportunidad de agradecimiento. El Madrid espera y espera, como una batería de fusileros la carga de la caballería, y al final dispara. De la crueldad del despido no se salva ni el Madrid. Uno podría pensar que el Madrid también debería ser diferente en esto, pero sería absurdo organizar un homenaje por cada jugador descartado.

Yo recuerdo con especial cariño el homenaje a Butragueño. Matías Prats, padre, diciéndole al Bernabéu: “¡Gritad conmigo, Buitre, Buitre, Buitre... Adiós! Tengo la impresión de que ha sido el primer y único homenaje a un madridista. Yo no recuerdo otro. Sí otros homenajes fechados y espontáneos, pero ninguno tan natural, tan sensible y fisiológico como el de Butragueño. Quizá por ahí vayan los tiros. Hace falta un impulso popular, un clamor efervescente que produzca el homenaje como Dios manda.

Si esto fuera así, se comprende lo sucedido en los últimos tiempos. Antes de que puedan ser homenajeados, los futbolistas son degradados, desprestigiados, desahuciados. La opinión pública, el madridismo (parte esencial en esa expulsión deshonrosa del ejército en constante juicio sumarísimo) se queda sin bonitos recuerdos. El alma arrancada de esos jugadores, como los galones, nos deja unos restos, o lo que parecen unos restos, de lo que fueron. Y cuánto fueron algunos. Y de cuánto fueron injustamente despojados.

 

 

El caso de Bale es en mi opinión uno de ellos. Parece el oficial de las cuatro plumas, dejado por sus amigos sin honor. Yo no creo que Gareth Bale sea Butragueño en el sentido en el que Butragueño fue Butragueño. Nunca hubo ese sentimiento de propiedad de la grada respecto a él, lo cual no es ni siquiera negativo, pues entonces lo sería igualmente con la mayoría de los jugadores. ¿Quién ha sido Butragueño salvo Butragueño?

Pero cualquiera diría que Bale nunca funcionó al estilo de otros que pasaron sin pena ni gloria (y sin títulos) por el Madrid. El proceso de degradación pública ha sido tan efectivo como para que hoy ya casi no se recuerde que es una de las bes de la inolvidable BBC, ese acrónimo para la historia del fútbol. A pesar de esto, tengo la impresión de que con el tiempo se hablará de las cosas de Bale como hablaban en la barbería de El príncipe de Zamunda (esa desternillante metáfora del madridismo) de las cosas de Rocky Marciano.

Un día, mucho tiempo después de esta lapidación, alguien se acordará (ojalá no sea antes por los méritos en un equipo rival, aunque sería justo y poético de algún modo, igual que de algún modo yo me alegraría) de una carrera, de un gol del galés y comenzará a transmitirse la leyenda. Será como si, libre de prejuicios, del feo presente, libre de los odios recalcitrantes, de las descalificaciones rebuscadas e inventadas, fuera de este clima desasosegante, al fin triunfaran la estética y el talento de Bale, como los de Van Gogh.

Sólo lejos de esta gris niebla madridista, Bale será recordado con cariño y reconocimiento por su impronta (por mucho que en la barbería del Bronx se empeñen en sacarle punta a todo, rebajándola, qué sería de ellos si no) y por sus indiscutibles éxitos de leyenda del Madrid. Pero antes de todo eso debería apagarse ya esta semana el injusto menosprecio y, por encima del destino que lo espere lejos de Madrid, el Bernabéu (arriba y abajo) debería de hacerle un homenaje justo, sencillo, y Bale darse la oportunidad de recibir el homenaje que se merece, porque se lo merece, aunque no sea como el de Butragueño.

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Este Madrid no es el Nadal del fútbol

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En La Galerna decimos mucho que Rafael Nadal es el Madrid del tenis. Claro que es bien diferente todo si partimos de lo bien diferentes que son ambos deportes. Tras su reciente triunfo en Roma, un periodista le preguntó cómo trabaja su mente, y el tenista español le respondió que saliendo a la pista sin quejarse a pesar de los dolores y de los problemas. Habló de actitud y de pasión. Y de no frustrarse y de no ser “demasiado negativo”.

Me sorprendo a mí mismo pensando que un futbolista del Real Madrid dice algo similar en una rueda de prensa. Supongo que porque son deportes bien diferentes. Y supongo que por esto también caigo en la cuenta de que a veces decimos que Nadal es el Madrid del tenis, pero nunca decimos que el Madrid es el Nadal del fútbol.

Yo miro a Nadal y siempre he visto a un profesional admirable durante toda su carrera. Si multiplicamos sus quince años en lo más alto por 11 futbolistas (por igualar), nos salen más de cien que son los que tiene el Madrid. No es fácil que un grupo sea modélico. No, desde luego, como una sola persona.

Pero el caso es que hoy, divagando en estos términos, imagino a Nadal (el Madrid del tenis) como Nadal (no hay metáfora mejor) y al Madrid como a la pandilla de adolescentes que me he encontrado esta mañana, sentados en un banco al solecito, en la esquina de Castelló con Ayala. Es raro, pero ha sido Nadal quién me ha ayudado a reconocerlos.

Esos chavales estaban en el recreo e iban bien vestidos y peinados a la moda. Tenían un bronceado suave, elegante y delicado. Un bronceado de solecito que no es el moreno de currante de Nadal, que va por ahí con una marca blanca en la frente, que contrasta con el resto de su piel curtida al sol. Al sol, no al solecito.

 

 

Nadal sale con pasión a trabajar a la intemperie, yo lo he visto, como he visto salir con medio desgana a trabajar a medio Real Madrid. Esto supongo que también es porque son deportes bien diferentes. Si ustedes han visto alguna vez entrenar a Nadal habrán visto a un hombre concentrado que se emplea con una hermosa intensidad desde que llega hasta que se va.

Porque son deportes bien diferentes, supongo, la intensidad de los entrenamientos de los futbolistas del Madrid (no la de todos, por supuesto) se parece a la de Nadal tanto como yo a David Beckham, del que, por cierto, se decía que entrenaba muy bien.

Yo he visto entrenar pocas veces a los jugadores del Madrid, pero un futbolista que sale a jugar como Marco Asensio no debe de entrenar demasiado bien. Y es muy posible que me equivoque (y en ese caso pido disculpas anticipadas a Marco, al que aún le guardo fe) porque el tenis y el fútbol son bien diferentes.

Lo mismo pienso de Marcelo, el maravilloso Marcelo. Yo pienso que Marcelo tiene que haber entrenado mal viendo su desempeño esta temporada. ¿Habrá entrenado bien Courtois?, me pregunto. Y me respondo mal. Nadal puede jugar de forma irreconocible (pocas veces). Fallar golpes, jugar con escasas fuerzas. Puede estar demasiado dolorido, pero se ve, se trasluce, cómo entrena.

 

 

Esto es muy emocionante porque Nadal va buscando siempre mejorar por medio de una suerte de estoicismo, del optimismo, de la seriedad, de la paciencia o de la honestidad, fundamentalmente consigo mismo. A mí me gustaría que los jugadores del Madrid practicasen estas virtudes cuya ausencia quizá sea más notable en medio del desastre.

Esas virtudes personales se transmiten al aficionado. A Nadal nunca se le pita porque no hay razones. Nadie lo siente así. Todo el mundo sabe (sin saberlo) que ha hecho todo lo posible para ganar, aunque pierda. Debe de ser porque son deportes bien diferentes, pero a los jugadores del Madrid se les pita (jamás defenderé esto ni con la mejor de las razones para hacerlo), además de por otras causas, porque se sospecha que no han hecho todo lo posible.

Es como trabajar al sol y estar al solecito. Esta mañana, a unos metros más allá de los colegiales solazándose en el banco, había un hombre taladrando la calzada. Es curioso como a veces confundimos tantas cosas a pesar de que son bien diferentes.

 

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Rebobinando a Raúl González

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Ayer, a falta de tres minutos para el final de la Copa del Rey, con el Barcelona destruido e incapaz, Guedes corría en solitario desde el medio campo con el balón en los pies en dirección a la portería de Cillessen. Todos vimos en el delantero valencianista a Raúl González hace diecinueve años corriendo en solitario hacia la portería de Cañizares en el Stade de France de París, con la diferencia de que el madridista sí marcó ese tercer gol para pasar a la historia.

El gol de Raúl en la Octava me ha despertado sensaciones dormidas. He vuelto a verle, a él, como lo veía entonces. No sé por qué dejé de verlo así. Es como esas personas a las que se trata a lo largo de la vida, que durante una parte de ella son importantes y luego surgen algunas diferencias que son como resfriados mal curados y después se alejan o se difuminan poco a poco, casi como si no hubieran existido.

Ahí hay mucho de enfado insalubre. Uno antes de perdonar y continuar, se decanta por el olvido progresivo. No sé cuándo dejé de ver a Raúl como entonces. Si no se sabe por qué uno se enfadó con otro, será porque el motivo no fue demasiado serio. Aunque yo no me enfadé con Raúl. Ni que nos conociéramos. Fue una suerte de íntima y lejana decepción posterior que caía gota a gota hasta que rebosó el vaso. Debía de ser un vaso muy pequeño.

He visto el gol de la Octava y he sentido resurgir dentro de mí las sensaciones de antes, como si toda rencilla hubiera quedado olvidada. Como si el primer amor hubiera triunfado sobre todo lo demás que no sé bien qué es: quizá alguna declaración chirriante, o una mirada turbia, quizá la primera mirada madura sobre él. Ese paso de Ecuador entre la adolescencia y la edad adulta, cuando uno ve al adulto en el que se ha convertido su admirado adolescente.

Lo que yo sentí al volver a ver su gol de la Octava fue mi joven corazón palpitando al ritmo de entonces. Eso siempre trae alegría. Tiene que ser la primavera, y en ella la primavera del Madrid que siempre trae aires de juventud incluso en años como este, para los que el madridista tiene buenas reservas de gloria.

En esos aires, en esa brisa que te coge y que te viste de veinte años por un instante dichoso, he sentido la felicidad antigua de saber que McManaman era del Madrid, y que Raúl, de mi quinta casi, al que yo vi saltar al escenario con diecisiete años pletóricos, estaba con él y era el jugador franquicia, el chico de Villaverde que hacía de ancla en cuyo barco bailaban las estrellas que venían del extranjero.

Todo eso lo hacía corriendo detrás de la pelota como un niño en el patio del colegio. Zidane admiraba a Raúl. Y se reía cuando lo decía. Cuando dijo que era fantástico. Con la risa floja de cuando algo te da regusto. Raúl tenía algo que no tenía nadie, y no sé bien qué era (como no sé bien cuál fue el motivo por el que me alejé de él), pero probablemente fuese algo parecido a tener cojones. Esa misma cosa de la que hablaba Nadal cuando le preguntaron sobre su preparación mental: la no frustración, la aceptación, no quejarse, no conformarse...

Raúl era algo cómodo para todas esas figuras que iban llegando porque les daba la oportunidad maravillosa de ser secundarios lujosos en el mejor club del mundo. De no tener que asumir el papel de líder y con ello poder dedicarse, relajados, a mostrar su talento. Y cómo se mostró. Raúl era el jefe y eso era bueno o al menos lo fue durante un tiempo irrepetible. Su manera de jugar, su manera de entrenar, marcaban la pauta. Era fácil.

zinedine zidane admiraba a raúl gonzález

Como jugaba Raúl era como entrenaba. Y ese era el camino. Raúl encontró su sitio preponderante a fuerza de trabajo y de inteligencia. Raúl quería ser el mejor y lo logró. Hay un Balón de Oro que le pertenece y sin embargo tiene escrito un nombre inglés, como el de un pirata que lo robara en medio del mar. Pero no creo que Raúl buscara premios. Yo creo que Raúl sólo buscaba ser mejor cada día, incluso cuando ya no era posible.

La carrera de Raúl se desvirtuó cuando se le acabó la frescura y sólo le quedaron las ganas, el mismo carácter indómito. Era un porfiar admirable y absurdo al mismo tiempo. Tan admirable y profundo y pesado que cuando marcaba, ya de tanto en tanto, siempre era como si se volviera a creer en él. Y eso que adoptó otro papel en el campo, se echó atrás intentando, una vez más, encontrar su sitio.

Al volver a ver el gol de la Octava he vuelto a sentir a Raúl como entonces. Huele igual que antes y hace el mismo calor agradable de principios del verano, cuando todo parece posible, como ser el máximo goleador de la historia de la Copa de Europa hasta la llegada de los monstruos. Raúl era un niño muy listo y muy liviano correteando por los mejores estadios del mundo detrás de una pelota como si no existiese un mañana.

Raúl hacía regates de niño y movimientos de niño. Raúl parecía colarse por debajo de las mesas y entre las piernas de los mayores en medio de una boda. Y todo le salía. Raúl era el triunfo diferido de los que éramos como él. Raúl era Peter Pan vestido del Madrid. Raúl era nuestro líder, el ídolo de Wendy, y de John y de Michael. El líder de los niños perdidos que marcaba goles de Lazarillo, tan universal como el de Tormes y a veces, sólo a veces (a su pesar, intuyo), tan anónimo como su autor.

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El verano de Mbappé

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Esta mañana he salido a la calle y me he sentido como Don Draper al salir del New York Athletic Club mientras suena Satisfaction: oliendo el verano que se acerca mientras me pongo despacio las gafas de sol. Oliendo a Mbappé. Cuando éramos jóvenes y empezábamos a oler el verano ya no había forma de pararlo.

Cada vez se metía más adentro. A veces eran los gritos de los niños. Un soplo de brisa repentino. El rumor del oleaje. Huele a Mbappé y yo ya estoy imaginando noches de playa. Hogueras alumbrando la espuma de las olas sobre la arena. La espuma de los días. Huele a crema bronceadora y a chicle de fresa. ¿No lo huelen? Yo tengo los pelos de punta. Mbappé es el verano de nuestra vida. Otra vez.

Parece que viene Mbappé y se me hace la boca agua pensando en un flash de cola. Ese hielo derretido inundando de sabor tu roja y sedienta y juvenil boca. Un chupachups de Kojak. Una falda de algodón al viento. Estoy viendo pasar delante de mí grupos de chicas que ríen y miran alrededor con ojos gatunos. Estoy viendo a la luna salir blanquísima y enorme en la noche.

Este año nos hemos hecho viejos y necesitamos un verano de los de antes. Necesitamos el verano de Mbappé desde muy pronto hasta muy tarde. El verano de Kylian que nos devuelva la juventud conduciendo un ciclomotor con el pelo al viento y el contacto en la espalda de unos pechos mojados y alegres. Que suene Satisfaction. Necesitamos dormir hasta mediodía y acostarnos de madrugada escuchando a los grillos.

No queremos que pare de repente este verano. Hay que pedírselo a papá Floren. Necesitamos este verano adolescente. Qué son diecinueve años. La vida. Diecinueve años de Kylian casi para diecinueve años de gloria. Diecinueve años escuchando a las cigarras en bañador y a las chicas pasar al ritmo de Satisfaction.

Tenemos que dormir la siesta mientras nos arrullan los zumbidos familiares de las moscas y los chapoteos de Kyilian y de Vinicius y de Jovic, Hazard, Militao... esa pandilla del verano que juega al fútbol y se baña en el mar y sale a pescar y esconde sus secretos encantadores y nos recuerda a nosotros mismos cuando éramos una y otra vez campeones de Europa.

Mbappé huele a azahar y a madreselva. A piel salada bajo el sol. El viento cálido nos susurra: Kylian, Kylian... Y nosotros somos Vladimires enamorados de Zinaida Alexandrovna, que es el Madrid. Es el Primer amor de Turguenev, que vuelve. Es el viento el que susurra: Kylian, Kylian... el verano. El verano que se acerca y nos despierta los sentidos de cuando éramos, ayer mismo, los mejores.

 

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Paul Pogba, ¿el gran fichaje del Madrid?

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No me convence Pogba. Y lo mío son apreciaciones personales, subjetivas, basadas en observaciones parciales, en prejuicios. En realidad, no tengo ni idea qué y quién es Pogba y sin embargo digo que no me convence. Tan pichi. Claro que yo puedo decir lo que quiera, y más en una cosa tan liviana como decir si me gusta o no un jugador de fútbol. Aunque por razones más nimias a más de uno (a mí mismo) lo han apedreado como si hubiera dicho Yahvé.

Yo digo que no me convence Pogba. Hay gente que dice cosas peores de él. No me convence porque no es perfecto. Tiene un perfil que no es perfecto como si lo que se contratara en el fútbol fueran políticos de trayectoria impoluta. Ahora que escribo estoy cambiando un poco mi postura. ¿Y si el Madrid fichara personalidades vagamente conflictivas?

¿Y si es eso, en parte, lo que se necesita? Como un toque de pimienta en un guiso. El cocinero sabrá. Yo creo que el francés es la piedra angular del nuevo equipo de Zidane. Me ha dado por pensar que esa es su visión y que todo depende de Pogba. Como si en Pogba empezara todo. O casi. Hay una característica zidanesca que es el empeño en sacar el máximo provecho de sus futbolistas.

Lo ha hecho en sus tres años triunfales y quiere seguir haciéndolo con un grupo de escogidos, y también con Pogba. Pogba es esa estrella millonaria de Francia y de la Juventus y del Manchester United que no ha acabado de eclosionar. Yo creo que Zidane quiere hacerlo explotar en el Bernabéu y a mí eso me suena emocionante y audaz.

Vuelvo a decir que Pogba es el jugador franquicia de Zidane. El condensador de fluzo más allá de los propulsores de Hazard. Y a mí no me convence, prejuicioso que soy, porque lo he visto en algún vídeo fugaz de coches y noches. Algo de ostentación de niño rico. He de decir también que yo sobrevaloro a los jóvenes humildes y por eso quizá sea injusto, ay, pero no puedo, no puedo.

Todo ese desfase de joyas, de lujo casi adolescente me repele. A mí me gustaría que los jugadores del Madrid fueran vestidos casi como Sánchez Ferlosio, de ese tipo, como con rebequita por debajo de la blazier. Pero es que yo no vivo en estos tiempos. Y además adoro a Benzema que parece un gangsta y sin embargo es ejemplar.

Tengo que modernizarme un poco. También en el Madrid. Y ya lo estoy haciendo porque habiendo llegado a estas líneas Pogba me parece más que interesante, sobre todo por el empeño que parece tener Zidane en su contratación. Ahora veo a Pogba con empaque para el Madrid mientras Zidane lo lleva bien rectito con su mano izquierda por todas partes y Paul descubre lo maravilloso que es ser madridista.

A Pogba no se le ha visto sentir más colores que los de Francia. Parece como de paso por Turín, Manchester... como aguardando su destino. Igual que Zidane. Zinedine tenía veintinueve cuando llegó a Madrid y aquí se quedó para siempre. Yo pienso que está viendo un poco de sí mismo en el aún joven (otro aliciente) Pogba.

Es como si Pogba no supiera nada de la vida. Como si hubiera vivido en una nube antes de llegar al Madrid. Ya casi se han disipado mis prejuicios futboleros sobre él. Ahora sí me gusta Pogba para el Madrid. Es el fichaje que puede salir del huevo en el centro del campo del Santiago Bernabéu sin esperarlo, sin creerlo, sin creer en él. Yo creo que Pogba puede ser la gran sorpresa después de una estupenda noticia con Zidane a los mandos.

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El peso de la perfidia relañista

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Yo creo que hay que intentar hacer cosas nuevas. Diría que hay que intentarlo siempre. En la vida diaria, en las rutinas. En el trabajo. En el vestir. En el ocio. Yo creo que es saludable.  Pequeños pasos, aunque sean actos imperceptibles. Pero tampoco es fácil. Digamos que los cambios necesitan una transición en casi todos los ámbitos. Un puente conductor que permanezca abierto hasta que finalice el traspaso, o incluso que permanezca abierto siempre, pues hacer cosas nuevas, mayormente, no tiene por qué significar convertirte en otro.

En As no han considerado necesaria esa transición y así nos lo han mostrado hoy en su portada. He visto que hay un buen número de gente alabándola, lo cual es razonable si uno mira atrás, ayer mismo, y ve las malvadas portadas del relañismo. Que se traiga a Nadal y a Federer a toda página en una fecha señaladísima para el deporte, es casi un acto hermoso viniéndose de dónde se viene.

Pero esas vetustas portadas tenían valor en su perfidia, antimadridista sobre todo. Eran instrumentos perfectos de villano de dibujos animados. Eran el ojo brillante de Transfer, el de Willy Fog, o la risa esperanzada y siempre fracasada de Gargamel, el de los pitufos. Pero tenían valor, llámenlo mala leche si quieren, lo cual era algo que las hacía reconocibles. Un peso del que tristemente adolece la portada de hoy.

Un diario deportivo no puede a estas alturas dibujar a Rafael Nadal como a un héroe hercúleo. No es un homenaje sino una caricatura improcedente. Un diario deportivo, y español, debería saber reflejar la categoría exacta de un deportista como Nadal. Seguro que más de uno de ustedes ha visto en persona al balear y ha podido comprobar su finura corporal, su esbeltez. La misma que refleja la evolución de su juego.

Nadal es la demostración ideal de cómo hay que intentar siempre hacer cosas nuevas. Nadal ha sido desde el principio de su carrera el rey de la tierra, pero después ha sabido adaptarse para ser también rey en todas las demás superficies sin abandonar su esencia, “tan sólo” modificándola en detalles fundamentales a posteriori. Observando esto, se puede concluir que la portada de As es de una ligereza llamativa pese a tener forma de cómic, o precisamente por ello.

Se advierten en ella pormenores que reflejan el desconocimiento del dibujante del tema en cuestión. Si fuera este el caso, el dibujante debería haber sido instruido en algunos de sus aspectos importantes por los responsables del periódico, que no sólo no le han advertido de que Nadal juega con el brazo izquierdo y Federer con el derecho, por ejemplo, sino tampoco de que la raqueta no se coge como si fuera una lanza, lo cual no es baladí.

Nunca he visto empuñar de ese modo la raqueta a Nadal y a Federer. Nunca ha empuñado así la raqueta ningún tenista, ni siquiera ningún aficionado. La buena intención de la portada no salva el hecho de su impropiedad. "Duelo para superhéroes", ¿es esta la frase que merece un partido así? Es como una portada infantil que cambia la esencia de la realidad en vez de mostrarla a su estilo, por estar mal planteada. Una realidad que es, además, demasiado excelsa para ser tratada con semejante simpleza deformadora que hasta haga añorar el peso de la perfidia relañista.

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Marcelo en: Operación bikini

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Marcelo es uno de mis jugadores favoritos de siempre. Me imagino mayor, ojalá, y a un nieto que me pregunta por mi futbolista favorito y yo le respondo que Marcelo. De Marcelo le haría yo las camisetas a mis hijos. Yo lo he visto a Marcelo hacer cosas increíbles. Cosas que sólo él hace. Es un defensa que no defiende, primera y encantadora (imperdonable para muchos) particularidad, y ataca salvándolo y derramándolo todo a su paso. Una delicia.

Siempre he visto esas arrancadas suyas de camino al área como si un comensal se levantara de repente de la mesa, agarrara el mantel y tirase con fuerza dejando tras de sí un desorden considerable y futbolísticamente fatídico para el rival. Marcelo es un jugador para contar sus hitos de viejo, para recordar sus regates las tardes de invierno con la voz sabia y cascada al lado de la chimenea.

Marcelo es un futbolista de leyenda casi amamantado en Chamartín, y por eso quizá parece menos leyenda. Lo que ha sucedido este año es que Marcelo seguía siendo ese comensal, pero que no ha tirado del mantel en toda la temporada. Marcelo se ha sentado ahí a comer (como casi todos los demás) y luego lo hemos podido ver cargando con el resultado por esa banda izquierda por la que deambulaba su sombra gruesa.

 

Por esto también yo lo recordaré. Por esa otra clase de idas, por sus dejadeces. Son parte imprescindible de Marcelo, como si necesitara irse un rato (este año ha sido un rato largo) para luego volver. Pero no puede acabar así. Su retirada no puede llegar precedida de una campaña de indolencia y alforjas porque si no, no se le perdonará. Parece que Marcelo ha decidido regresar y nos ha mostrado su cuerpo serrano cincelado en junio. En junio.

Cualquiera diría que la llegada de Ferlando lo ha hecho salir del retiro mental reflejado en su cintura. Era la siesta de Marcelo acarreando la pelota por esos campos de Europa. Marcelo nos ha enseñado su recuperado tipín y a mí me hace gracia y a otros no tanto. Marcelo ha hecho la operación bikini y eso nos suena un poco a como si no estuviera tomando el pelo, sobre todo después de un añito de relleno.

Pero Marcelo sabe que otro período de complacencia podría ser el último. Sabe que ya vienen a por su lateral mítico. Van a tener que quitárselo, o eso parece querer decir enseñándonos la tableta a buenas horas nunca tardías. En realidad, yo quería censurar un poco a Marcelo, pero en realidad, también, me ha encantado que se ponga en forma y que nos lo enseñe con la mirada orgullosa. Me ha recordado a cuando se ponía a tirar del mantel, igual que luego acababa tirándose del escudo para besarlo.

 

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Sergio Ramos y Pilar Rubio: madridismo nupcial

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Yo nunca pensé que un tupé pudiera ser más alto ni más resistente que el de Marcos Llorente. Pero llegó Sergio Ramos en el día de su boda y no sólo dejó a Marcos Llorente peinado como si fuese Rodolfo Valentino, sino que parecía la mismísima Kirsten Dunst en María Antonieta, en aquella escena en la que le ponen una torre de postizos.

Postizo no es el pelucón de Ramos, desde luego, aunque a veces, como ayer, parece inverosímil. Aquel tupé subía y subía y luego sus guedejas, desde lo alto, mirando de tú a tú al campanario de la Giralda, bajaban como ríos hasta el cogote igual que si este fuera una desembocadura.

Si lo mirabas de frente parecía Val Kilmer en Top Gun. Si lo mirabas de un lado era Luis Miguel. Del otro Ricky Martin, y de espaldas era David Beckham con un castor en la cabeza. Sólo en los movimientos, en el transcurso de ellos, parecía Sergio Ramos. Es lo que pasa cuando no lo ves correr y pelotear.

A uno que sí reconocí fue a Marco Asensio a pesar de la corbata. O a lo mejor por ella. El carisma con chaqué y sin él era del mismo estilo. Una cosa anodina de quien va a una boda igual que a por una pelota o con una pelota. Yo en otro tiempo lo hubiera imaginado impecable y apuesto, pero la realidad es que lo vi posando con las manos en los bolsillos. Y con esa corbata.

Todo lo contrario, es lo que vi en Joaquín. Me refiero a la personalidad. Transparente en Asensio y berenjena en Joaquín. El caso es que deslumbraba no por el color del traje sino por el blanco cegador de sus tobillos sin calcetines, con los pantalones casi cortos, casi de futbolista. El tema de los pantalones de los trajes, chaqués y esmóquines es un problema hoy en día.

El pitillismo ha asolado el mundo pantalonil. A la moda masculina en general. Ya no hay traje, chaqué o esmoquin no afectado por pitillismo. Yo veo hoy en día a un hombre con traje sin pitillos y me mareo como si hubiéramos cambiado de época, o como si me hubieran metido en Eton o en un carro de fuego.

Otro problema de los pantalones es el largo. Estaba mirando a ver si alguno de los invitados acertaba, pero apenas alguno lo conseguía. Casi todos fallaban por exceso o por defecto. A Lucas Vázquez se le caían los pantalones como si llevara calentadores, o dos acordeones, en las pantorrillas. Y no era el único. A Butragueño casi le hacían desaparecer los pies. Unos pies, los de Keylor, que hubiera preferido no mirar.

Nacho iba bien, más o menos, para mi gusto, claro: la altura y la anchura de los pantalones, la seriedad de la corbata, el tamaño de la chaqueta... Los tamaños de las chaquetas son otro aspecto a revisar. A Jordi Alba, el gran actor, su chaqueta lo embutía en su cuerpecillo roedor, mientras otros, como Roberto Carlos, la llevaban en modo poncho.

A Busquets, ese otro magnífico intérprete (había un buen número de invitados de la farándula), le intensificaba su cada vez más notorio parecido a Fred Gwynne. Morata, por otro lado, había venido como si lo esperasen luego a cenar a bordo del Titanic. Y es que parece ser que no hicieron mucho caso al protocolo requerido.

Oí decir que las invitadas no podían ir ni de blanco, ni de negro, ni de rosa, ni de naranja, ni de verde. Y allí que se presentó Victoria con los zapatos fucsias y el vestido blanco, acompañado de su perfecto David de Miguel Ángel, que nunca desentona sino todo lo contrario. Viendo Telecinco (dura es la vida del cronista amarillo), escuché cómo empezaban a mofarse los comentaristas de una invitada vestida totalmente de fucsia, hasta que se dieron cuenta de que era Nati Abascal, y entonces empezaron a hablar de lo elegante y maravillosa que iba.

Eso es como si en la Cope ven a un futbolista fallar un gol cantado y empiezan a reírse con ese humor tan fino suyo, hasta que descubren que es Messi y entonces empiezan a balbucear y a hablar de Dios y cosas así.

Si la heterogeneidad (el cachondeo, diría yo) ha asaltado hasta al chaqué, podemos decir que estamos perdidos; por ejemplo, viendo sobresalir el chaleco de Llorente como si llevara algo escondido en esa tripa llena de bachecitos rojiblancos, o viendo desfilar esos azulones de moda invadiéndolo todo, como los de Lukita, Kovacic o el hermanísimo René.

El chaqué siempre fue una chaqueta, o levita, negra y unos pantalones grises a rayas. Lo que vino después casi ha sido la colección de cortes de pelo de Ramos, el novio. Y así estamos luego en las bodas, sobre todo en algunas, que la heterogeneidad casi se convierte en fauna, no en vano ayer en Sevilla estaba invitado Calcetines, quien posaba luciendo sus característicos morritos, venido desde las legendarias llanuras del Cherengueti.

La gente acordonada a lo lejos gritaba: ¡Hormiguero, hormiguero!, y, al parecer, las cartas y las invitaciones estaban impresas sobre negro y decoradas con unicornios. Ese fue el motivo por el que Fredo Gwynne (Fredo, no Fred, el antepasado de Busquets) y yo declinamos la amable invitación como cazadores de unicornios. No hubiera sido apropiado. Fredo ya está por esas playas de España batiéndose sin cuartel, así que de cualquier modo le hubiera sido imposible asistir.

Además, aquí en La Galerna huimos un poco del negro. Quizá porque somos muy blancos, tanto que Nacho Faerna se preguntaba, sin comprender absolutamente nada, por qué la novia en lugar de un ramo de flores llevaba un manojo de mejillones. Ya te lo digo yo, Nacho, eran flores, más en concreto calas, y negras porque la novia, Pilar, es rockera y le gusta el negro de los rockeros.

Luego les preguntaron a los novios (a los que deseo mucha felicidad) por el viaje y dijeron que aún no lo sabían, pero que seguramente fuera a Asia, donde está China, por cierto. No sabemos si actuó al final AC/DC en la fiesta, aunque nosotros hubiéramos preferido a New Order o a The Cure, por ejemplo, si es que a alguien le interesa saberlo.

Una curiosidad es que el marido de Niña Pastori, que sí cantó en la Catedral, se llama Chaboli; y ya que estoy finiquitando la crónica, como si fuera una faena entre manoletinas y remates, les diré que el que más guapo iba era Florentino (llámenme con todas sus fuerzas oficialista, por favor), con todos esos fichajes (y los que quedan) colgándole relucientes de la pechera, como si en vez de chaqué (llevaba uno como Dios manda) luciera uniforme de general con charreteras.

 

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Florentino, David Beckham y Victoria: La gran belleza del Madrid

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Estamos todo el día hablando del Real Madrid. Todo el mundo habla del Real Madrid. El mundo se divide en dos mitades: la de los madridistas y la de los no madridistas. Esto ya lo dijo Aute con los taurinos y los no taurinos. Se habla del Madrid todo el tiempo y buena parte de ese tiempo se utiliza para mentir e inventar. Algo tiene que ver en esto la misteriosa política de comunicación del club.

Al final, todos los ávidos del Real Madrid, para bien y para mal, se ven abocados de una u otra forma a mentir o a inventar. Todo el mundo habla del Real Madrid y tantas veces parece que sólo se habla mal. El Madrid, tan silencioso y tan blanco, es como una pared blanca y limpia para ensuciar. Es como ese lienzo blanco enorme que los ricos decadentes romanos de La Gran Belleza contemplan, antes de que una niña prodigio lo pinte entre golpes y gritos de estremecedora desesperación.

Yo hoy he visto todo ese ruido cesar. Todos los que hablamos del Madrid casi nunca sabemos nada porque casi nunca vemos nada. Nada que valga la pena. Nada que nos cerciore nuestras subjetivas opiniones. Más allá del juego, nos bastan los detalles y nuestra creatividad, positiva y negativa, para fabricar nuestro mundo madridista. Cogemos los rumores y los moldeamos a nuestro gusto.

Supongo que habrán visto el abrazo entre Florentino Pérez (y José Ángel Sánchez y señora) y David Beckham y Victoria en la boda de Sergio Ramos. Son unas imágenes furtivas. Esas imágenes que nunca vemos. La esencia misma del Real Madrid, el gran lienzo blanco de La Gran Belleza impoluto, a salvo de que nadie pueda ensuciarlo. Florentino Pérez camina alrededor de la Catedral de Sevilla. Sonríe y abre y levanta los brazos y de pronto aparece David Beckham con su sonrisa encantadora de hombre bueno.

Se abrazan. David se agacha un poco. Florentino lo abraza fuerte, como poniéndose de puntillas, y David lo acaricia en la espalda. Pasan unos segundos abrazados. David mueve la mano de amor sobre la espalda de Florentino sin dejar de sonreír. Lo mejor es cuando Florentino y Victoria se saludan. Ambos se cogen de las manos y permanecen así, contemplándose como en un pasaje de Guerra y Paz, Natasha y Pierre durante unos momentos de deliciosa sintonía.

Esa no es la Victoria que creemos conocer, igual que ese no es el Florentino que creemos conocer. Eso es el Real Madrid, querido lector. Ese es el instante precioso en el que germina la leyenda. Todo esto es una estampa delicada y espléndida como cuando Jeb Gambardella empieza a recorrer la exposición de un hombre que se ha hecho una foto todos los días de su vida. Toda una vida al detalle decorando las paredes de un patio de Villa Giulia. El bello paso del tiempo que hace emocionar al mundano Jeb como a los mundanos madridistas que pueden ver, de repente, toda la esquiva y verdadera y hermosa imagen del Madrid.

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Luis Suárez, víctima del sistema culé

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Yo digo que Suárez levanta los brazos y con una mano se toca el antebrazo. Eso es para mí pedir penalti hasta en la Liga de Tayikistán. Y más si, al mismo tiempo que haces el gesto, buscas instintivamente con la mirada al linier. Para algunos esto no es más que una teoría de la conspiración, como si Suárez no fuese un agresor común y un tramposo y sí una víctima.

Es divertido leer o escuchar las teorías negacionistas sobre las acciones incontrovertibles de Suárez. Son como esos peces huéspedes que acompañan al tiburón por los océanos. Nadan al ritmo de las tropelías del uruguayo, y hacen el curioso efecto estético de las grupis. Grupis de Suárez.

La apoteosis de Suárez se produce tras su llegada a España. Yo imagino que tuvo que ser algo parecido a lo que sintió el niño Supermán al llegar a la Tierra: unos poderes únicos. Hemos visto a Suárez sostener aviones y helicópteros en caída libre; parar las balas; doblar el acero; hacer de vía férrea con su cuerpo azul y grana.

Lo hemos visto volar sobre la yerba. Permanecer ingrávido. Volverse invisible mientras golpea. Lo hemos visto dar puñetazos sin mirar, a lo Laudrup. Todo esto hemos visto: la manifestación de un enorme poder que sin embargo tuvo un punto de inflexión el día que pisó a Denayer, del Olympique de Lyon, en octavos de final de la UCL, y el árbitro señaló penalti a su favor.

Eso debió de ser como cuando a Neo, de Matrix, le empiezan de pronto a hacer chiribitas verdes los ojos. Un despiporre total. Después de esto, uno se debe ver capaz de cambiarlo todo, como pedir mano en el área del portero. Yo entiendo que después de lo del Olympique, Suárez sintiera el fútbol entero dentro de sí para manejarlo a su antojo.

No el poder que hasta entonces había tenido sino una superación artística, si cabe. Una explosión de color. Aquella decisión arbitral debió de abrir a un mundo fantástico la visión futbolística del obsceno uruguayo. ¿Cómo resistirse a intentar romper las más sicalípticas barreras?, ¿los deseos más oscuros? Un lugar en el que todo se consigue simplemente con desearlo.

Que no llego a rematar, pues finjo penalti. Que me quitan el balón, puñetazo al canto. Que una pierna me impide alcanzar la pelota, la siego. Que un defensor me roba el balón limpiamente en el área, lo piso y penalti que me llevo. Que un portero me para un balón en su área, pues mano y penalti. Así debe de funcionar la cabeza del “charrúa”, como les gusta decir a sus grupis.

Pero a pesar de su eterna impunidad Suárez se arrepiente. Se ruboriza en esa última jugada. Esa es una clave. Algo empieza a romperse ahí dentro. Justo después de hacer el gesto de la mano y buscar con la mirada al árbitro, Suarezman parece sentir en su cuerpo y en su mente el efecto de la kryptonita, algo así como el ridículo que acaba de hacer, y que le hace disimular fingiendo que se lamenta por la ocasión fallada.

Es un terrible desafinado que no perciben las grupis. Es más, ese terrible desafinado se convierte en sus mentes en una acción invisible o incluso honorable. Es el tippex fanático que además tiene el efecto rebote de buscar casi instantáneamente acciones similares en el otro lado. Eso les gusta. Eso las calma, como si además la similitud tuviera algún significado más allá de sus creencias.

Yo pienso que debemos entender a Suárez. Entender, no disculpar. Sí denunciar su conducta deleznable. Porque Suárez es una víctima del sistema culé, aunque ya viniera con antecedentes. Suárez es Lord Greystoke criado por los monos. Suárez es Pu Yi, el último emperador. Suárez ha sido Jason Bourne antes de que no recordara nada, quien sabe si hasta superar los límites pidiendo penalti por mano del portero en el área.

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Ceballos en busca de la sobriedad

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Yo creo que ya sé lo que le pasa a Zidane con Ceballos. El sevillano acaba de deslumbrar con la selección sub-21, como antaño, y esto precisamente es lo que creo que va a reafirmar a Zidane en su decisión. Las ideas del francés parecen estar claras. No titubea, no rectifica. Zidane tiene un plan y eso es lo mejor para el Madrid. Lo va a llevar a cabo y eso es estupendo. Nadie parece capaz de hacerlo cambiar de opinión, y por supuesto tampoco Ceballos.

Ceballos lo intenta. Ceballos calla, asiente, entrena, acepta, no protesta. Ceballos se enorgullece de su madridismo a la menor oportunidad y se reivindica con la selección. Pero no hay nada que hacer. Hoy lo he visto en la final de la Eurocopa sub-21 y lo he visto claro. Me dicen que no ha sido su mejor partido del campeonato, pero yo he visto cosas. Detalles que lo hacen un jugador de un talento innegable.

Ceballos coge la pelota y la protege dando vueltas sobre sí mismo como si fuera un saltador para niños. Lo hace con gran éxito y virguería. La virguería aquí es un problema. Porque a Zidane le gustan las virguerías pero a su debido tiempo. No casi todo el tiempo. A Ceballos le quitas la virguería y se queda en poca cosa, de momento. Claro que eso es como si a Modric le quitas el pase con el exterior.

El quid está en que a Zidane le gusta el pase con el exterior de Modric, pero no le gusta la virguería de Ceballos. Él parece empeñarse en ir por ese camino, ¿cuál si no?, pienso yo. ¿Cómo podría Vinicius empeñarse en no desbordar? Sería algo absurdo y sin embargo en Ceballos es la causa de sus desvelos profesionales, la construcción constante e inconsciente del muro que le impide triunfar en este Madrid.

Porque Ceballos no sabe hacerlo de otra forma, por supuesto. Imagino a Ceballos al inicio de cada partido de este último campeonato pensando: “Hoy voy a hacer un partidazo”, y hacerlo. Y conseguir que todo el mundo hable maravillas de él, yo mismo incluido. A mí Ceballos ya me gustó desde que vi que en Twitter llevaba el 46. Cosas entre él y yo. Me gusta también como habla. Ese hablar cerrado, sincero y respetuoso.

Ese timbre agudo es un punto. Y me gustan las medias caídas a lo Gordillo. La camiseta fuera también a lo Gordillo. Ese correr de patas largas gordilliano, y también esa manera de esperar a lanzar, con una mano en la cadera que hace de apoyadero, y con la pierna que hace de pilar descalcetinada. Zidane es un poco gordilliano y hace cosas como de Isco. Isco es compacto y Ceballos es largo.

La largura lo hace elegante, pero toda esa elegancia se derrumba en los ojos de Zidane por el efecto de la virguería. Ceballos no es sobrio y a Zidane le gustan los sobrios. El problema es que cuando Ceballos está sobrio no es Ceballos. Ceballos tiene dentro cosas preciosas y tiene ansia por sacarlas, pero a Zidane no le gusta que las saque. esa no es su idea de un centrocampista. No al menos del centrocampista que busca.

A Zidane le sobra Ceballos porque el creativo es Isco. Hoy he visto a Ceballos sobrarle casi siempre un regate, un toque, un barroquismo. ¡Ay, si pudiera quitarse ese regate, ese toque, ese barroquismo! Sólo esos. Yo creo que Zidane esperaba que se los quitase todo este tiempo, pero no lo ha hecho. En la creencia, a buen seguro, de que hacía lo correcto intensificando su talento natural.

Ceballos ha dicho que no quiere que lo vendan. Ceballos sigue queriendo, a pesar de todo, triunfar en el Madrid y eso es una cosa muy buena que Zidane no debería perder de vista a pesar de la virguería, digo yo, aunque me temo que lo tiene claro. Tan claro como Marcos Llorente. Se habla de una cesión y no estaría nada mal que Ceballos practicara con cabeza.

Que empezara a omitir por medio de una titularidad extranjera esos regates, esos pases, esos barroquismos. Que ensayara ser sobrio sin perder la virguería. Que dejase la virguería muy dentro guiando todos sus pasos sobrios, y que lograra sacarla sólo en el momento preciso. Quién sabe si así, habiendo conseguido despertar al fin el interés de Zidane, ya nunca más lo necesite.

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Niko Mirotic, de ratones y hombres

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No sé cuáles son los motivos por los que Nikola Mirotic ha decidido irse a jugar al Barcelona. Tampoco es algo que quiera saber porque nada de lo que pudiera decir podría cambiar mi opinión. No es que yo adorara a Nikola Mirotic. Yo adoro a Modric, por ejemplo, o a Doncic, y tampoco nos iríamos a castigar si sucediese con ellos lo mismo que ha sucedido con Mirotic. Hay que ir desdramatizando este tipo de cosas en el deporte, cada vez más profesionalizado.

Lo que ocurre es que hasta que lleguemos a ser tan fríos como, por ejemplo, la NBA (y eso que tampoco son témpanos a pesar de todo: acordémonos del recibimiento que se le daba a Lebron James en Cleveland cada vez que jugaba allí de visitante), las pequeñas idiosincrasias de la vida existen para respetarlas, para recordarlas siempre.

He visto a Mirotic grabar un vídeo para su nueva afición con esa sonrisa de Lennie Small y me he acordado de su triste periplo de rancho en rancho durante la Gran Depresión. No sé qué pasará con Nikola, pero es cierto que no parece arraigar en los equipos igual que Lennie en los ranchos, y no creo que sea por su afición a tocar y abrazar cosas suaves.

A Nikola Mirotic tuve la oportunidad de entrevistarlo hace once años. Estaban presentando los equipos juveniles del Madrid y allí estaba él. Era noticia porque ese año iba a empezar a jugar partidos con el primer equipo. Recuerdo cómo me miró Alberto Herreros. Fue como si me cacheara sin tocarme, justo antes de decirme que tenía cinco minutos. Sólo recuerdo vagamente una pregunta de las que le hice, y fue acerca de Dirk Nowitzki, que al parecer era su ídolo. Puede que incluso lo llamaran el nuevo Nowitzki o algo así.

Lo que se me ha quedado grabado de él todos estos años es su cara y su aspecto y su manera de hablar a lo Lennie. Siempre lo he tenido en mi pensamiento como a ese personaje de Steinbeck, incapaz de hacer daño a alguien conscientemente, pero capaz de hacer todo el daño inconscientemente.

Alberto Herreros me interrumpió sin cuidado y me dijo que se había acabado el tiempo. El niño Mirotic se marchó con su sonrisa de Lennie y a Herreros le faltó cubrirlo con una toalla como si fuera su pequeño saliendo aterido de la piscina. Nikola era un hijo para el Real Madrid, un poco Annakin Skywalker, no tanto por su poder sino por su rareza insondable, la que acabaría destapándose con la madurez.

He leído que se ha ocupado en estos últimos días de borrar tuits en los que hacía gala de su madridismo. Yo sólo por no tener que hacer algo tan triste hubiera desestimado la idea de jugar en el Barcelona, ¡cómo si no tuviera equipos en los que recalar!, aunque imagino que alguien le ha debido de convencer. Que alguien te convenza de no respetar las pequeñas idiosincrasias de la vida es peor que no respetarlas tú mismo.

En El indomable Will Hunting, el personaje de Robin Williams le dice a Will (Matt Damon), que lo mejor de la vida son las pequeñas idiosincrasias; y le confiesa entre risas con los ojos húmedos que una de las cosas maravillosas de su mujer muerta era que se tiraba pedos mientras dormía. Esas eran las cosas que verdaderamente le gustaban de ella. Las pequeñas idiosincrasias.

No veo a este Lennie con la sensibilidad del verdadero Lennie. Parece un boxeador sin seso llevado de aquí para allá (nunca mejor dicho) por sus representantes mientras, en el ínterin, le dicen que vaya borrando sus tuits, su vida, sus orígenes, las pequeñas idiosincrasias del Real Madrid que nunca debieron significar nada para él, aunque lo fueran todo. Decía al principio que no sabía los motivos por los que Mirotic va a jugar en el Barcelona, pero en realidad los ha mostrado claramente para que podamos decirle adiós casi con alegría después de la lógica, y breve, decepción.

La entrada Niko Mirotic, de ratones y hombres aparece primero en La Galerna.

Eden Hazard y la báscula

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A mí me gustaría que Hazard saliese igual de gordo que Babe Ruth, leyenda de los Yankees, el Madrid del béisbol. No creo que quienes hacen alusión con tanto interés al supuesto sobrepeso del belga estén pensando precisamente en Ruth, quien protagonizó el traspaso más sonado de la época dejando los Red Sox de Boston para recalar en Nueva York. Los Red Sox, cinco veces campeones de las Series Mundiales, las tres últimas con Ruth en el equipo, no volvieron a ganar hasta ochenta y seis años después, tiempo al que llamaron “La maldición del Bambino”, como también se le conocía a Ruth.

Podríamos empezar a llamar a Hazard el Bambino. Más que nada por joder sólo un poco de lo mucho que tratan de joder por ahí afuera. Hazard, el Bambino, no está nada mal, aunque de bambinos, precisamente, el Madrid está sobrado. El último es Takefusa Kubo, descarte del Barça (bien ahí la dirigencia culé) y prodigio del país del sol naciente. Pero no venía yo a hablar de prodigios sino de gorduras. En estos días habrán oído hablar hasta la saciedad de la gordura de Hazard, pero seguro que no han reparado en la gordura de Griezmann, el flambeante fichaje del Barcelona.

No habrán reparado en ello porque nadie se lo ha mostrado ni se lo mostrará. Así que ya voy a hablarles yo con medida profusión del asunto. Si bien la supuesta gordura de Eden se sostiene sobre un tronco grueso, robusto como un atracadero de defensas, el notable ensanchamiento abdominal de Antoine se bambolea como un crepe al depositarse sobre el platillo. El crepe es un poco la antesala del flan, que es lo que podría haber llegado a ser Antoine, quién sabe, si la pretemporada en vez de en julio empieza en agosto: Antoine, le flan.

Yo lo he visto con su nueva y curiosa camiseta, y el pliegue que se formaba al levantar la pierna en su cintura, violentaba como una falla curvilínea ese tablero azul y grana. El peinado de campista de los Pirineos en el Tour, junto al detalle abdominal, me han conformado mentalmente una estampa de feliz conductor veraniego de roulotte, de ahí el depósito. Claro que no todo está en esa tripita abandonada. La papada se resiente también por la gravedad, al igual que los hombros caídos, los brazos flojos y la tetilla suelta. Todo por ciento veinte blandos (y oscuros) millones.

Hubiera sido divertido como un sketch de Benny Hill que hubiesen coincidido el mismo día en la clínica de la ciudad condal Antoine y Luisito Suárez con todas esas graciosas ventositas pegadas en sus vacacionales torsos. Hubiese sido la foto del verano, pero seguro que nos habrían privado de ella igual que Barzini se deshacía de sus fotos en la boda de Connie Corleone. Por suerte, he podido acceder a las imágenes de Griezmann llegando a Barcelona hecho un principito fondón y he querido dejar constancia de ello, no por inquina a Antoine, tan entrañable, sino por contrapeso.

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